En un contexto de trabajo en el que los proyectos son desarrollados
en lugares lejanos, formando equipo con desconocidos de distintas
nacionalidades, de distinta mentalidad, distinto punto de vista,
distintos hábitos de trabajo, distinto horario, distinto idioma,
distintas herramientas, distintas condiciones, distinta implicación...
se abre el proceso de negociación. Cada parte pone sus cartas sobre la
mesa: sus preferencias, prioridades, mínimos exigibles, requisitos
irrenunciables, límites a su flexibilidad...
Una vez visualizados, por los estudiantes brasileños y griegos, los
videos de presentación de cada estudiante en la ETSAM, se establecieron
los primeros contactos internacionales entre estudiantes que
concluyeron con la formación de grupos en base a las afinidades
generadas por ese primer trabajo y las conversaciones que se derivaron
de él. Esa relación de trabajo incipiente debe ser formalizada desde el
primer momento a través de un contrato.
En formato A5 los estudiantes consensuan, escriben y legalizan (con
las firmas correspondientes) cuál va a ser el plan de trabajo conjunto:
cuáles van a ser los parámetros de relación, la organización y reparto
del trabajo, la frecuencia y canales de contacto, los documentos que
cada uno va a mostrar o hacer, la relación y atención a cada uno de los
profesores, la intensidad, los límites, el software, los
dispositivos... El contrato establece el compromiso de cada uno de los
estudiantes con el grupo, y sus límites. Se trata de la hoja de ruta
que va a definir, en suma, los procedimientos que se van a seguir para
llegar a los resultados arquitectónicos deseados para cada miembro del
equipo. Para formar ese equipo.
Se trata de un documento que debe ser cerrado antes de continuar con
cualquier trabajo y que permita sacar ventaja de la colaboración,
optimizar recursos, comprometerse con el proyecto.
El contrato es, en definitiva, otra herramienta de proyecto.
Constituye otro de sus documentos.
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